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¿Por qué considerar que el confinamiento es una medida de represión? Existen muchas posibilidades para ejecutar el «poder» y una de estas es el encierro que es una de las formas más populares e institucionalizadas en la actualidad. El confinar a alguien en un espacio y constreñirlo a que se haga la voluntad de la organización a la que está cautivo, implica el hecho de arrebatarle su libertad y su voluntad. Foucault apunta al hecho de que en otros tiempos era la vida sobre lo cual se decidía. Actualmente, esta forma de ejercer el poder se fue modificando con el devenir de las instituciones y de los Estados.


Así, la facultad de suprimir la vida devino en otras formas de encierro que no solamente se circunscriben a las cárceles, también se entiende como el medio para eliminar la autodeterminación a las siguientes: los psiquiátricos que anulan la libertad característica de las enfermedades mentales; el ostracismo que confina a alguna persona en el extranjero sin la posibilidad de pisar su patria; y la reclusión de los civiles dentro de sus hogares -cuya ejecución puede darse bajo el decreto gubernamental, como lo es el estado de excepción, y aquella que es ejercida de forma indirecta- que impide la libre actividad de su vida política-pública. Esta clase de encierro a la que hago referencia es la que me interesa desarrollar a continuación.

Actualmente, en Venezuela vivimos la última forma de confinamiento, a pesar de que no existe ninguna entidad que, expresamente, nos recluya en nuestros hogares. Sin embargo, nos encontramos con una situación diferente que se dispone al menos en dos niveles: la primera, y la más extrema, se produce en las zonas donde viven las clases menos favorecidas, es decir, los barrios; el encierro se constata en el hecho de que sus habitantes no pueden llegar a la hora que ellos deseen, puesto que arriesgan sus vidas, también están sujetos a permanecer afuera de las inmediaciones de sus hogares a horas determinadas por el mismo temor; y la segunda, de aquellas situaciones en la que se encuentran con frecuencia las personas de clase media cuando dejan de disfrutar de las atracciones o de la vida que la calle puede ofrecer.

Este último nivel se funda en una petición de principio, es decir, aquella falacia donde una proposición se apoya en su conclusión y viceversa; esto es porque no acudimos a ciertos lugares, porque éstos se encuentran solitarios, más ¿por qué están desiertos? Porque los venezolanos hemos dejado de frecuentar con tanta asiduidad la calle. Sin embargo, ésta no es la razón por la cual ciertos lugares a ciertas horas permanecen vacíos. La razón yace en la delincuencia desmedida que azota a nuestro país. Los caraqueños ya hemos olvidado el placer que implica pasear por el boulevard de Sabana Grande hasta altas horas de la noche o hacer cualquier otra actividad similar como aún se mantiene en otros países latinoamericanos y del mundo.

¿Podríamos imaginarnos nuestra vida en los espacios públicos como era hace algunos años? Pareciera que Caracas se convierte en una ciudad que aliena a sus habitantes. Este extrañamiento no es solamente con respecto de nosotros mismos, también es en relación de nuestros conciudadanos y de nuestras instituciones.

Es bien conocido que las autoridades no se interesan por reparar esta situación; de ahí que pareciera que existe una intencionalidad detrás de no enmendar esta situación. Sin embargo, sería arriesgado sostener la tesis de que el «poder» en Venezuela está constituido de tal forma que constriñe a la sociedad civil a través de la delincuencia, ocasionando que ésta se confine en sus hogares. Por el contrario, sostengo que el simple hecho de no solucionar el problema de la delincuencia, resulta una forma más económica y eficaz de contener a la población.

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