Obra de Roman Gomes -Escaleras |
Al final, Hugo Chávez no se dirigió a una multitud jubilosa desde el balcón del palacio presidencial de Miraflores, sino más bien “tuitió” su victoria. Cualquier presidente con 12 años en el poder estaría satisfecho con los resultados, puesto que su Partido Socialista Unido ganó al menos 98 de los 165 escaños de la Asamblea Nacional. Pero sus partidarios estaban desolados.
La mayoría de escaños obtenidos por el partido gobernante puede, sin duda, atribuirse a los cambios que se efectuaron a la ley electoral a principios de este año, los cuales multiplicaron la cantidad de escaños en zonas rurales de escasa población donde la oposición es más débil; sin embargo, esto no debería afectar el porcentaje global de la votación. Si resulta que la oposición obtuvo, como afirma, 52% de los votos, es decir la mayoría, o incluso si estuvo cerca de obtener la mitad de los votos, entonces la consigna electoral de Chávez de que el pueblo defendió el poder es como que darle demasiadas alas a la imaginación. Nosotros, el pueblo, y nosotros, los del partido, pasan a ser dos cosas completamente distintas. Para un líder populista, perder una aplastante mayoría constituye un golpe mucho más fuerte que el hecho de que la oposición se haya asegurado un tercio de los escaños (que le permite bloquear leyes fundamentales y nombrar a los magistrados del Tribunal Supremo). Si la principal crítica contra Chávez es que ha vaciado las instituciones del Estado para colmarlas de amigos y familiares, entonces estará en menores condiciones de hacerlo a partir de enero de 2011.
Es innegable que la revolución de Chávez refleja la voluntad de parte del pueblo. Sigue siendo un poderoso paladín de los pobres y los desposeídos; por otra parte, la idea de importar 30 mil especialistas cubanos de la salud para brindar atención médica gratuita a millones de personas y formar a los trabajadores venezolanos de la salud fue algo notable. La ejecución del plan, ahora en su octavo año, está lejos de haber alcanzado el ideal. Los centros comunitarios han cerrado, cientos de médicos cubanos se han marchado del país, no suficientes trabajadores de la salud venezolanos han sido capacitados para reemplazarlos, y los hospitales públicos atraviesan una situación desesperada. Las reformas de Chávez se ven socavadas no tanto por los opositores ideológicos, que existen, sino por la ineficiencia y el despilfarro con que se llevan a cabo. Los servicios públicos han empeorado y la delincuencia está en su punto más alto de todos los tiempos. Una economía impulsada por altos precios del petróleo se encuentra en su segundo año de recesión y la inflación oscila alrededor del 30%.
Chávez enfrenta un electorado polarizado. A pesar de haber sido ratificado democráticamente una y otra vez, afronta una misión de gran envergadura en la medida en que se encamina hacia una elección presidencial en 2012. Los resultados del domingo demuestran que gran parte de sus seguidores no acudió a las urnas. Satanizar a sus oponentes como traidores al movimiento político nacional no enderezará una economía que se encuentra en graves problemas. El presidente tiene que escuchar a sus críticos.
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