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ASDRÚBAL AGUIAR |  EL UNIVERSAL
Tibisay Lucena
Los derechos humanos o derechos del hombre y su ejercicio no son una concesión del Estado. Ese es el principio cardinal que determina la naturaleza humana y recogen y reconocen las constituciones de Occidente y los tratados internacionales que les sirven como garantía. 

Aquellos se tienen y se ejercen, por ende, desafiando incluso al poder constituido, a fin de reivindicar ante él nuestra dignidad inmanente y para que no nos transforme en muertos civiles o meros apéndices del Estado. No por azar, desde el lejano medioevo, surge el derecho a la resistencia, que implica desafiar las obligaciones que el poder impone arbitrariamente a las personas y no, como algunos lo creen, renunciar al ejercicio de los derechos que nos son propios y fundamentales, y que como tales son inalienables e irrenunciables por derivar de lo que somos: hombres, varones o mujeres. 

Los venezolanos, a lo largo del régimen doceañista y de vocación comunista que pretende perpetuarse entre nosotros, no hemos dejado de acudir a la Justicia en reclamo de esos derechos humanos que nos pertenecen; aun sabiendo que buena parte de los jueces y hasta la primera juez de la República actúan bajo dependencia de Esteban y hacen lo posible por omitir, retardar o negar la justicia a quienes éste tacha por discrepantes con su credo revolucionario. Y tampoco hemos evitado interponer nuestras denuncias ante la Fiscal General de la República e intimarla cada vez que nos es necesario o cuando posterga sus deberes constitucionales para perseguir a los adversarios del gendarme, mostrándole su lealtad incondicional. 

No por azar hemos protestado ante la Asamblea Nacional, desafiando los gases de la Guardia Nacional, instrumento pretoriano de las violaciones sistemáticas de derechos humanos que ordena Esteban al ritmo de sus bajas pasiones. No nos inhibe considerar apropiadamente que el Parlamento es hoy un cenáculo de prosternados, meras prolongaciones palaciegas que prostituyen a diario la esencia y los orígenes de la representación popular. 

Es por ello que, en lo personal, votaré el 26 de septiembre, a pesar de que Tibisay Lucena, la otra mujer del régimen, revela con impudicia su parcialidad y desconoce los deberes constitucionales que tienen tanto ella como Esteban, obligados ambos a salvaguardar, sin discriminación ni distinciones por razones políticas o de otro orden, los derechos electorales de todos los venezolanos. 

No creo en la honestidad política de la presidenta del CNE. Menos confío en la pureza del sistema electoral digital que ella administra e instalan en Venezuela, corrompiendo voluntades, Jorge Rodríguez y Nelson Merentes. 

Votaré, persuadido de que la caja negra que integra y maneja las partes del andamiaje electoral está bajo el control tecnológico -mediante fibras ópticas- del Palacio de Miraflores y el Gobierno de Cuba, a través de su Instituto Tecnológico, sito en La Habana. 

La Tibisay de ahora es la misma de antes. No hay razones para que su talante cambie. Ella, según lo dicta la experiencia, parte y reparte votos en nombre y por cuenta de Esteban. Lo hace a conveniencia de éste para elegir a sus candidatos y para saciar, moderadamente, a algunos de los opositores y así cuidar los propósitos y la viabilidad del Socialismo del Siglo XXI: acabar con la democracia usando las formas de la misma democracia; avanzar hacia el comunismo por las autopistas del capitalismo. 

Siendo la Lucena segunda del hoy subalterno de la otra mujer que es jefa del Gobierno de Caracas, maneja y manipula, bajo la mirada del Centro Carter, el programa de selección aleatoria de las máquinas y urnas electorales usadas en el referendo revocatorio de 2004. Y ello ocurre durante la auditoría posterior que pactan Carter y Rodríguez y se realiza para "transparentar" la forjada victoria del derrotado Esteban. 

¡Que ahora afirme que éste tiene derecho a participar en la campaña electoral de sus aspirantes a la Asamblea, pues es cabeza del "partido mayoritario, no me sorprende! Lo que importa es que mis derechos son míos y están más allá de la podredumbre que busca contaminarlos. 

No renunciaré a mis derechos humanos ni dejaré que me gane el desaliento democrático que a diario siembra y estimula el propio Esteban entre sus adversarios, a fuerza de atropellos y persecuciones. 

Votaré el 26S porque creo en la democracia, y para no olvidar, en medio del tremedal, que soy un demócrata a pie juntillas. No lo hago para convencer a Esteban o a Tibisay de aquello en lo que no creen, por ser hijos de la violencia. 

correoaustral@yahoo.es

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