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Chávez, Kirchner, Morales y Correa acaparan cada vez más cuotas de poder en sus países.

¿Hay democracia sin oposición? ¿Qué tipo de democracias se ejercen hoy en Sudamérica? Las preguntas en cuanto al declamado modelo en cada uno de los países, surgen a medida que aumenta el poder de gobiernos con características hegemónicas, mientras los partidos de la oposición parecen brillar por su ausencia o fracasan en el intento de consolidarse como alternativas viables.




El esquema de presidentes que acaparan mayores cuotas de poder o que no tienen el riesgo de enfrentar una oposición que pueda desbancarlos del trono se observa en varios países de la región, con gobiernos afines o de distintas corrientes ideológicas

Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina y, más recientemente, Colombia y Brasil, con las crisis en los partidos de oposición, van marcando una tendencia que se repite cada vez con más fuerza, con más tensión y acarreando nuevos problemas que no se reparan con viejas soluciones.

Las pruebas más acabadas surgieron en las últimas semanas en Argentina y Ecuador. En el primer país, eventuales candidatos a la presidencia, con una preferencia electoral nada despreciable (entre 16% y 22%), abandonaron la carrera por la primera magistratura.

En el segundo país, el presidente, Rafael Correa, que controla buena parte de los resortes del poder, se metió en el laberinto del referéndum del que aún le cuesta salir, en función de lo que llama “democracia directa” o “democracia del pueblo”, que no es otra cosa que el uso y abuso del plebiscito.

La prueba piloto

El origen, por ser la primera experiencia en el tiempo, de gobiernos con estas características se dio en Venezuela. Hugo Chávez llegó al poder en 1998 y desde entonces la oposición, en todos sus colores, vio frustrados todos los caminos (los políticos y los democráticos) para convertirse en una alternativa seria. Recién comenzó a perfilarlo en los últimos comicios para la elección de la Asamblea Nacional del año pasado, donde la unidad de listas empujó el carro, hasta preocupar al gobierno de cara a las presidenciales del próximo año.

La ecuación para el chavismo, al decir del analista Carlos Blanco, pasó por calificar permanentemente “a la oposición como el imperio mismo y si el imperio ataca, nosotros defendemos a la patria porque la patria está en peligro”, y ante este metamensaje “a los partidos antichavistas les sigue costando encontrarle la solución”.

Ahora cuando la popularidad de Chávez viene a la baja, hasta obligarlo a preocuparse más en el frente interno, a convertirse en un aliado impensado de Colombia y a bajar su nivel de exposición en el extranjero (hasta “el soldado” Ollanta Humala renegó del apoyo chavista), el gobierno vuelve a amenazar a la oposición con marginar a su principal candidato a la presidencia para el 2012, el joven gobernador de Miranda, Henrique Capriles, sin que las instituciones puedan hacer nada por impedirlo ya que todos sus resortes están en poder de Chávez.

En Bolivia, la democracia plebiscitaria le dio buenos dividendos políticos al presidente Evo Morales.

La oposición se atomizó de tal forma que ni las banderas autonómicas ya se levantan con fuerza.

Morales y el Movimiento al Socialismo (MAS) también pasaron a ocupar toda la escena política. Ante la ausencia de una oposición organizada buenos también fueron los medios de comunicación como en Ecuador o en Argentina, pero la crisis explotó por el lado de la Central Obrera Boliviana y los movimientos sociales, hasta hace unos meses aliados del gobierno. “Aquí nadie logra capitalizar los errores económicos del gobierno. Manejó mal los fondos de los hidrocarburos y la seguridad alimentaria. Entró en coalición con movimientos que suelen emplazar al gobierno, pero la oposición no logra transformar eso en acción propia”, dice el politólogo Carlos Toranzo.

En Argentina, la presidenta Cristina Kirchner atraviesa tal vez su mejor momento político. La muerte de su esposo, el ex presidente Néstor Kirchner, pareció reconciliarla con un vasto sector de la clase media.

Las encuestas la muestran con grandes chances de ganar en la primera vuelta y controlando todo el escenario político. Esta coyuntura fue haciendo que en las últimas semanas uno a uno, los candidatos a la presidencia de los distintos sectores fueran capitulando. El primero fue el gobernador de Chubut, Mario Das Neves, después el centroizquierdista Fernando Pino Solanas, quien ante el peligro de una baja performance se transformó en candidato a jefe de gobierno porteño y el jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, el que aparecía como el mejor ubicado en las encuestas, decidió competir por su reelección.

El analista Julián Hermida habló de “una notoria irresponsabilidad de los principales referentes de la oposición que no quieren trabajar en la concreción de una alternativa seria al kirchnerismo”. Por su parte, en un reciente artículo en el periódico La Nación, Luis Gregorich, sostuvo que las anteriores experiencias frentistas en la historia, como la Unión Democrática contra Juan Perón en 1945 y la Alianza que con Fernando de la Rúa terminó en el cadalso social en 2001, ayudan a que la oposición no se unifique y proclama: “¡basta de jugar a las escondidas!”.

Para el filósofo Santiago Kovladoff, en Argentina “no existe la oposición porque está fragmentada pero tampoco existe oficialismo porque éste se reduce a una estructura vertical sin matices”. O sea un grave problema en términos democráticos, como lo deja trascender el politólogo Sergio Berensztein cuando recuerda que el sistema democrático acarrea problemas desde “antes del 2001”, y eexpone lo que podría ser el futuro cuando dice que “todo proyecto hegemónico y personalista, en el pasado, ha fracasado, porque la sociedad termina cansándose del abuso de poder”. Un escenario, que por lo visto esta semana ya comenzó a ocurrir en Ecuador

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