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Colas y colas, un operativo informativo extendido, suspendido el Aló Presidente, la gente, de nuevo, expectante: otra movilización con ambiciones, participativa y protagónica, otra promesa conjugada a futuro: en unos ocho años más, dice ahora el gobierno, quedará saldado el déficit de viviendas con la nueva Gran Misión Vivienda Venezuela.




De entrada, nada que objetarle, ni al programa ni a la consigna. Es cierto que el pasivo en materia de viviendas tiene muchos años, que se está haciendo un esfuerzo especial, que incluye también, por cierto, al sector privado, y que es imposible diseñar una solución razonable a un mal tan crónico sin pensar en el mediano y el largo plazo. Todo interesado tiene inscribirse y consignar sus documentos para hacer buena esta oferta que, ya a manera de compromiso, le extiende el estado venezolano, y velar para que cumpla con su palabra y con su razón de ser.

Nade de esto nos impide colocar la vista en el pasado reciente y ver la secuencia de súper programas, también ataviados como Misiones, convertidos en un absoluto fracaso: la Vivienda y Hábitat, la Villanueva, el programa Barrio Tricolor.

Como en casi todos los ámbitos de sus ejecutorias, el gobierno articula con solvencia el comodín de la ilusión. La tecla emocional, la esperanza a futuro, el sesgo tutelar. Los años pasan y pasan, y el gobierno venezolano no siente que ninguna circunstancia puede interpelarlo. Por alguna extraña razón los integrantes del gabinete sienten que el tiempo no pesa, que lo navegado hasta el momento no comporta responsabilidades, que doce años ininterrumpidos en el poder, con todos los haberes a su favor, y sin grandes resultados, no le compelen, al menos, a ensayar una explicación.

No existe ninguna suma de lustros capaz de hacerlo despertar sin la frescura del primer día: van doce en el poder, pero como son revolucionarios –es decir, buenos- tenemos que asumir que con este programa, dentro de ocho más, que en total sumarán veinte, si vamos a tener dominado el déficit de viviendas

Bien. La expectativa es alta, decíamos: a fin de cuentas las necesidades de la población son muy grandes y soñar no cuesta. Nadie perderá nada si hace su cola y se inscribe en el registro.

Todos tenemos fundadas razones para dudar de la eficiencia del proyecto, en virtud de las experiencias anteriores. Ojalá estemos equivocados. Pero si llegara a fracasar, no habrá espacio entonces para proceder como siempre se hace: como si no hubiera ocurrido nada, corriendo la arruga y ofreciendo soluciones para dentro de ocho años más.

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