Hay un largo camino desde Trípoli hasta Caracas. Pero a pesar de que Hugo Chávez es un presidente electo, a diferencia de su amigo y aliado cercano Muamar Gadafi, existen semejanzas llamativas entre los regímenes de Libia y Venezuela. Las “comunas” de Chávez se parecen a los “comités populares” del coronel Gadafi, por ejemplo.
Y un nuevo decreto, publicado el mes pasado, acelera la creación de una milicia sectaria como la que abrió fuego contra manifestantes desarmados en Libia.
Hace un año, Chávez reunió a más de 30.000 milicianos uniformados y armados hasta los dientes en un desfile realizado en el centro de Caracas. Desenvainando una espada que perteneció a Simón Bolívar, el héroe de la independencia de Venezuela, les hizo prestar juramento de que trabajarían sin descanso para “consolidar la revolución socialista”. Las autoridades afirman que las milicias suman 125.000 hombres y mujeres y que la meta es llegar a dos millones. Los escépticos estiman que menos de 25.000 han recibido adiestramiento formal hasta la fecha.
En virtud de la nueva ley, la milicia bolivariana ahora tendrá sus propios oficiales y estará bajo el mando directo del presidente. Eso es algo que el ejército había resistido previamente. No obstante, el ministro de Defensa, general Carlos Mata Figueroa, insiste en que la milicia es una fuerza “complementaria” y no paralela; y de acuerdo con Carlos Escarrá, un legislador chavista, es “falso” que la milicia “será una suerte de guardia pretoriana del presidente”.
Las propias declaraciones de Chávez sugieren lo contrario. El presidente siempre ha dicho que su “revolución” izquierdista es “pacífica, pero armada”, y que habría violencia si se tratara de frustrarla. En diciembre de 2012 se enfrenta a una elección presidencial que según las encuestas de opinión podría perder. Pero tanto él como su general de mayor rango, Henry Rangel Silva, han manifestado que las fuerzas armadas no acatarían las órdenes de un gobierno post-Chávez, según Rangel, el alto mando militar está “casado con el proyecto político” de Chávez.
Puede que los cuerpos de oficiales no lo estén. Un militar disidente retirado recientemente asegura que sólo 10% de los militares son chavistas incondicionales, 20% son constitucionalistas y el resto pragmático. De ser así, la decisión de Chávez de fortalecer sus fuerzas paramilitares puede que tenga sentido, pero es un mal presagio para la paz en Venezuela.
Al igual que el coronel Gadafi, Chávez tiene combatientes extranjeros a su disposición con quienes podría contar en un aprieto. Venezuela cuenta con un número indeterminado de asesores militares cubanos. Algunas fuentes dicen que los cubanos dan órdenes y dirigen el servicio de inteligencia junto con los rusos. Decenas de miles de cubanos, todos ellos con formación militar, se han desplegado en todo el país como personal médico, instructores deportivos y afines. Muchos han desertado y huido al extranjero, pero otros podrían defender la revolución, armas en mano.
Este escenario forma parte explícita de la planificación del gobierno. Chávez sostiene, y tal vez lo crea, que “el imperio” (es decir, Estados Unidos) está buscando una excusa para derrocarlo por la fuerza. El coronel Gadafi, declaró, “está haciendo lo que tiene que hacer, es decir, resistir la agresión imperialista”. La doctrina de las fuerzas armadas venezolanas incluye ahora una versión de lo que Cuba denomina “la guerra de todo el pueblo”. En teoría, todos los ciudadanos deben entrenarse para resistir a un ocupante.
Muchos venezolanos temen que la milicia esté realmente dirigida a los opositores internos de Chávez. El presidente acusa a los dirigentes de la oposición, casi a diario, de ser una quinta columna de capitalistas extranjeros desesperados por apoderarse del petróleo del país. De allí a imaginar a la milicia chavista, armada con rifles de francotirador Dragunov de fabricación rusa, apuntando a los contrarrevolucionarios hay un corto trecho. “No es posible llevar a cabo una revolución desarmada contra esta burguesía”, Chávez dijo a su milicia en el desfile del año pasado. Pura bravuconería, tal vez, pero muchos venezolanos temen que hable en serio.
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